domingo, 24 de enero de 2010

La cajita de cristal azul

Hola, profesores y profesoras de educación primaria: el día de hoy comienzo una nueva aventura en la red  mundial de la comunicación y quiero empezar con una pequeña anécdota, que espero resulte ser una invitación a la reflexión.

La cajita de cristal azul:

Cuando Amílcar puso un pie en ese salón desconocido para él (era el primer día de clases de un nuevo ciclo escolar) le embargó una mezcla de gusto y miedo; gusto por que el primer grado le había encantado, puesto que ahora podía ya leer los cuentos y libros que tanto le gustaban, y miedo por que el gigantón de 1.90 metros que le había tocado como profesor tenía fama de gruñón. Le inquietaba que, a pesar de su empeño durante las vacaciones previas, únicamente había memorizado 6 o 7 tablas de multiplicar (obligado por su mamá) y los errores, en ese entonces, se podían pagar con dos o tres reglazos.

Todo el ciclo escolar lo cursó sin contratiempos y una de las motivaciones que tuvo para tener un buen comportamiento y una buen aprovechamiento fue el hecho de comprobar que la fama del profesor había sido ganada a pulso (aunque también comprobó que no acostumbraba ser injusto).

El último día de clases de ese año, el profesor se salió de la rutina y el esquema de todos los días: cuando los niños llegaron, la parte frontal del aula estaba cubierta parcialmente por cuarenta cajitas de cristal, una cajita azul y el resto de cristal claro. Cuando el grupo de niños estuvo completo, el profesor Augusto, hizo un anuncio: "niños, hoy es nuestro último día de clases, y como símbolo de nuestra amistad quiero regalarles estas cajitas de cristal que yo mismo fabrico". El profesor también anunció que el niño que más tablas de multiplicar hubiera demostrado saber a lo largo de las clases podría pasar a elegir la caja de su preferencia y, en orden descendente pasaría el resto del grupo. A Amílcar le saltó el corazón, estaba convencido de que él estaba entre los alumnos con más tablas de multiplicar aprendidas, la "terrible" tabla del nueve había sido superada hacía algunas semanas, y la del diez no le representó problema alguno.


Cuando Amílcar escuchó su nombre en primer lugar casi  brinca de contento (no lo hizo por que el profesor los intimidaba); pasó al frente y, por supuesto, tomó la única cajita azul. Ese fue el premio obtenido gracias a su esfuerzo, y ya tenía pensado a quien le había de regalar ese trofeo, a la mujer que le inspiró todos sus sacrificios y a quien debía su gusto por la lectura: su abnegada mamá.

A varios años de distancia, Amílcar puede darse cuenta que el profesor pudo haber fabricado 40 cajas azules, pero, sin herir suceptibilidades, puesto que cada niño recibió un regalo, decidió premiar el esfuerzo.

Usted, profesor(a), ¿fabrica cajitas azules para sus niños?.

Cuando hago esta pregunta, no me refiero a una caja azul fisicamente tangible si no a la motivación que se debe dar a los niños para querer aprender, un pretexto para esforzarse en adquirir los saberes que a los adultos les parece importante que deben obtener.

Aunque el niño es un ser curioso por naturaleza, hay algo superior a esa curiosidad: el juego. El juego es la vida del niño, por eso es curioso encontrar profesores de primaria que reprimen las actividades lúdicas, en vez de encauzarlo hasta convertirlo en una herramienta poderosa para detonar el interés por aprender. Piénselo por un momento; si a usted como profesor le ofrecieran un curso de física nuclear, ¿le interesaría asistir?, y si le ofertaran un taller de actividades didácticas modernas, ¿ahora si le interesaría?. Lo mismo ocurre con los niños, aunque sean muy inteligentes, pudieran no tener el interés por asistir a la escuela, y que si asisten es por que lo rescatable para él es la hora del recreo.

A Amílcar lo impulsaba el ejemplo de su mamá, lectora irremediable, pero también el miedo que el profesor le provocaba en una época en la que los profesores utilizaban la fuerza física para imponer y ordenar. Hoy son otros tiempos y hay que pensar en nuevas estrategias, más allá de ordenar a los niños--"Abran su libro de matemáticas en la página 15"-- y cuando el niño comienza a tomarle sentido a lo que está realizando viene la contraorden -- "Cierren ese libro y abrán el del español en la página 21" y esto es todos los días.

Los libros traen información valiosa y pueden servir, como lo de ejercicios matemáticos para comprobar y reafirmar el avance, pero no para torturar a los niños; ellos no son adultos pequeños, necesitan atender a su naturaleza lúdica.